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domingo, 25 de junio de 2017

CUENTOS PARA PENSAR - EL CUENTO DE LA BOLSA DE BASURA

CUENTOS PARA PENSAR -

EL CUENTO DE LA BOLSA DE BASURA



Había una vez una Bolsa de basura que no se quería ir cuando la vinieron a buscar.
— ¿Y adónde me quieren llevar?
—A usted qué le importa. Arriba, vamos— dijo el basurero enojado y barbudo.
—No, perdón, señor, a mí me quedan muchos años por vivir. No voy. El basurero la agarró del cuello pero la Bolsa se paró fuerte en el piso y no la pudo levantar.
—No voy, señor, todavía tengo que vivir. Como el basurero no pudo levantarla la dejó ahí tirada en la vereda, pero antes irse le gritó.
— ¡Esta noche te vendrán a comer los perros! A la Bolsa de Basura le entró un poco de miedo y no supo qué hacer. Enseguida miró para adentro y vio que tenía algunas cosas que le podían servir. Era la primera vez que miraba para adentro. Vio que había un zapato viejo sin cordón que le podía servir de pie.  Vio también que tenía un guante lleno de grasa que le servía de mano, y que una lata vacía de tomate le servía de cabeza si le hacía algunos agujeros para los ojos, la nariz, la boca y las orejas. Vio que unos cables pelados le servían de cerebro. Unos fideos podridos para pelo y maderas rotas para piernas y brazos. Con los escarbadientes se hizo dedos y con los diarios ropa. Se acordó que para vivir necesitaba todo lo que tiene una mujer y lo consiguió. No le faltó ningún órgano, ninguna vena, y hasta se pintó las uñas. Pero sintió que algo le faltaba. Encontró, tirada en el fondo oscuro de la bolsa, una muñeca a la que le faltaban los brazos, que tenía la cara toda sucia, despeinada, con el vestidito rajado… Estaba solita, con los ojos asustados, en medio de otras cosas que la aplastaban. Con delicadeza, la bolsa la sacó del fondo, la peinó y sin quitarle la vista, le dijo con toda la dulzura de su voz.
—Querida muñeca, necesito un corazón.
—Todavía late cada vez más despacio, y está tan triste, dijo dolorida.
— ¿Y por qué triste?, averiguó la Bolsa.
—Porque me abandonaron aquí…ahora estoy sola, más sola que nunca en esta horrible oscuridad cercada de olores putrefactos. Por eso enfermé y creo que estoy por morir. ¿Pero para qué quieres un corazón?, curioseó la muñeca.
—Lo necesito para vivir. Sabes, he decidido vivir, dejar de ser lo que fui…
— ¿Para vivir? Eres una Bolsa de Basura, no puedes vivir… ¿cómo se te ocurrió semejante idea?, investigó la muñeca sonriendo apenas.
—Me querían llevar al basural, me estrangularon del cuello, tuve miedo, resistí a las manos del basurero, me entró miedo…y entonces miré hacia adentro. Nunca antes lo había hecho. Vi que tenía lo necesario para vivir. Y aquí me ves, decidida y firme, para vivir mi vida. Pero viviré de verdad, si consigo lo último que me falta…lo más difícil de todo…porque vivir sin corazón no es vivir. La muñeca pareció entender muy bien y se enterneció.
—De acuerdo, de acuerdo, pero te pediré un favor a cambio, expresó la muñeca con un rostro pensativo.
—Sí, ¿qué quieres?
—Yo estaba enamorada de mi soldadito azul, casi nunca nos separábamos, hasta que se fue a la guerra. Todavía pienso en él. Me prometió escribirme desde el frente de combate pero las cartas no pudieron llegarme. Que te tiren a la basura es como morir. Fui suplantada por una muñeca nueva. Pero yo sigo extrañando a mi soldadito, y te pido que lo busques hasta encontrarlo, y dile que lo amo más que nunca. ¿Lo harás?
—Lo haré, te lo prometo, lo buscaré por mar y tierra, respondió conmovida. De pronto hubo un silencio entre las dos que nadie sabe cuánto duró. No paraban de mirarse. Con sus ojos pequeños entornados, la muñeca balbuceo unas palabras, dijo adiós y murió. Como a la Bolsa de Basura le entraron tremendas ganas de llorar, buscó lágrimas y encontró cristales de un vaso roto. Como eran tantos los pedacitos de cristal, lloró incontables horas…hasta que se dio cuenta que un perro muerto de hambre se estaba acercando.
—Ya es hora de irme, dijo la Bolsa de Basura impresionada por el perro escuálido y peludo. Como adentro todavía tenía clavos oxidados, flores marchitas, pedazos de pollo, plásticos rotos, trapos arruinados, hojas de libros, diarios viejos, pan duro, pilas gastadas, corchos secos, tapitas dobladas, cáscaras de manzana, de papa, una caja de zapatos vacía, un manuscrito de no se sabe qué escritor y algunas cosas más, que no vale la pena describir por lo mugrientas que eran, la Bolsa de Basura se hizo una valija con un pedazo de cuero y se marchó. Las primeras noches durmió en la calle. No tenía nada para comer y ya le entraba el hambre como entra un extraño. Era la primera vez que sentía su estómago Entonces se acercó a una verdulería del barrio.
—Tengo mucha hambre, veo que tú tienes unas frutas hermosas ¿Puedes convidarme un poco?
— ¿Convidarte?, gritó el verdulero furioso, tu eres una bolsa podrida.
—Soy una vida señor, una vida que ha decidido vivir por más deforme que parezca.
—Fuera de aquí, volvió a gritar el verdulero.
—Eres un imbécil que solo mira las apariencias de las cosas. Fíjate adentro, mira. El verdulero se acercó despacio, clavó sus ojos dentro de la bolsa y no pudo soportar lo que vio.
— ¿Has visto?
—Sí, dijo el verdulero, que salió corriendo del susto al ver que esa bolsa era una mujer. La Bolsa de Basura comprendió que no encontraría ayuda entre los hombres, y entonces acudió a otras bolsas para saciar el hambre. Ninguna le respondía. No tienen oídos ni boca, pensó la Bolsa de Basura. De pronto, una bolsa habló.
— ¿Qué buscas?, preguntó una bolsa que andaba tirada.
—Comida…
— ¿Comida? ¿Comida has dicho?
—Sí, comida. Tengo hambre. Mi querida amiga, ya no soy más la que fui. He querido vivir, nada más.
— ¿Cómo has hecho para vivir? ¿Quién te ha dado pies y manos, brazos fuertes, ojos y cabeza, piernas y dedos? ¿Quién te ha dado cabellos, uñas y esa boca? ¿Y cómo es que puedes sonreír así?
—Prefiero no decírtelo. Mira para adentro y verás lo que yo he visto. Es tan simple hacerse una vida como hacerse un cuerpo.
— ¿Con solo mirar para adentro?, preguntó extrañada la bolsa.
—Exactamente. Nada más. Ahora quiero que me des algo de esos pedazos de comida que tienes adentro.
—Aquí tienes, busca adentro con tus manos… Y así fue cómo la Bolsa de Basura pudo alimentarse. Después de un largo silencio, la otra bolsa vio que también tenía algunas cosas adentro que le servían para vivir y se hizo una vida. Se pusieron a caminar juntas por la
Con el lento paso del tiempo, en algunas las esquinas de la ciudad, ya había bolsas de basura viviendo, y cada una se hacía una vida con lo que tenía adentro y dormía donde podía: en las puertas de las casas, debajo de los puentes y de las autopistas, en las entradas de los negocios. Se iban haciendo sus casitas con lo que podían, de a poco, sin apuro. Hubo bolsas de basura que tocaron el violín con violines sin cuerdas, otras que escribieron libros con lápices sin punta, algunas que bailaron con discos rotos y otras que comieron pan duro y tomates podridos, otras que tuvieron la suerte de casarse con soldaditos abandonados y algunas que se hicieron relojeras con relojes parados. También hubo bolsas de basura que ayudaron a las que tenían hambre y otras que prestaban ropa a las que tenían frío. Así fue como algunas Bolsas de Basura aprendieron a vivir. Con los años también morían. Pero había otras que no querían vivir y se dejaban llevar lejos por los camiones de basura. Caían unas encima de otras, quedaban apretadas sin poder moverse, y entonces lo que tenían adentro se empezaba a enfermar. Gritaban de dolor, de angustia, de arrepentimiento por haberse negado una vida. Pedían ayuda, pero ya era tarde. ¿Qué hacían esas Bolsas enfermas y perdidas en medio de los basurales?... No se sabe, pero algunos dicen que solamente les quedaba la esperanza de llegar al cielo.
FIN
De No se sabe, Mizrahi, Guido J. Edición del autor. Bs. As, Argentina - 2004

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