CUENTOS PARA PENSAR -
EL CUENTO DE LA BOLSA DE BASURA
Había una vez una Bolsa de basura que no se quería
ir cuando la vinieron a buscar.
— ¿Y adónde me quieren llevar?
—A usted qué le importa. Arriba, vamos— dijo el
basurero enojado y barbudo.
—No, perdón, señor, a mí me quedan muchos años por
vivir. No voy. El basurero la agarró del cuello pero la Bolsa se paró fuerte en
el piso y no la pudo levantar.
—No voy, señor, todavía tengo que vivir. Como el
basurero no pudo levantarla la dejó ahí tirada en la vereda, pero antes irse le
gritó.
— ¡Esta noche te vendrán a comer los perros! A la
Bolsa de Basura le entró un poco de miedo y no supo qué hacer. Enseguida miró
para adentro y vio que tenía algunas cosas que le podían servir. Era la primera
vez que miraba para adentro. Vio que había un zapato viejo sin cordón que le
podía servir de pie. Vio también que tenía un guante lleno de grasa que
le servía de mano, y que una lata vacía de tomate le servía de cabeza si le
hacía algunos agujeros para los ojos, la nariz, la boca y las orejas. Vio que
unos cables pelados le servían de cerebro. Unos fideos podridos para pelo y
maderas rotas para piernas y brazos. Con los escarbadientes se hizo dedos y con
los diarios ropa. Se acordó que para vivir necesitaba todo lo que tiene una
mujer y lo consiguió. No le faltó ningún órgano, ninguna vena, y hasta se pintó
las uñas. Pero sintió que algo le faltaba. Encontró, tirada en el fondo oscuro
de la bolsa, una muñeca a la que le faltaban los brazos, que tenía la cara toda
sucia, despeinada, con el vestidito rajado… Estaba solita, con los ojos
asustados, en medio de otras cosas que la aplastaban. Con delicadeza, la bolsa
la sacó del fondo, la peinó y sin quitarle la vista, le dijo con toda la
dulzura de su voz.
—Querida muñeca, necesito un corazón.
—Todavía late cada vez más despacio, y está tan
triste, dijo dolorida.
— ¿Y por qué triste?, averiguó la Bolsa.
—Porque me abandonaron aquí…ahora estoy sola, más
sola que nunca en esta horrible oscuridad cercada de olores putrefactos. Por
eso enfermé y creo que estoy por morir. ¿Pero para qué quieres un corazón?,
curioseó la muñeca.
—Lo necesito para vivir. Sabes, he decidido vivir,
dejar de ser lo que fui…
— ¿Para vivir? Eres una Bolsa de Basura, no puedes
vivir… ¿cómo se te ocurrió semejante idea?, investigó la muñeca sonriendo
apenas.
—Me querían llevar al basural, me estrangularon del
cuello, tuve miedo, resistí a las manos del basurero, me entró miedo…y entonces
miré hacia adentro. Nunca antes lo había hecho. Vi que tenía lo necesario para
vivir. Y aquí me ves, decidida y firme, para vivir mi vida. Pero viviré de
verdad, si consigo lo último que me falta…lo más difícil de todo…porque vivir
sin corazón no es vivir. La muñeca pareció entender muy bien y se enterneció.
—De acuerdo, de acuerdo, pero te pediré un favor a
cambio, expresó la muñeca con un rostro pensativo.
—Sí, ¿qué quieres?
—Yo estaba enamorada de mi soldadito azul, casi
nunca nos separábamos, hasta que se fue a la guerra. Todavía pienso en él. Me
prometió escribirme desde el frente de combate pero las cartas no pudieron
llegarme. Que te tiren a la basura es como morir. Fui suplantada por una muñeca
nueva. Pero yo sigo extrañando a mi soldadito, y te pido que lo busques hasta
encontrarlo, y dile que lo amo más que nunca. ¿Lo harás?
—Lo haré, te lo prometo, lo buscaré por mar y
tierra, respondió conmovida. De pronto hubo un silencio entre las dos que nadie
sabe cuánto duró. No paraban de mirarse. Con sus ojos pequeños entornados, la
muñeca balbuceo unas palabras, dijo adiós y murió. Como a la Bolsa de Basura le
entraron tremendas ganas de llorar, buscó lágrimas y encontró cristales de un
vaso roto. Como eran tantos los pedacitos de cristal, lloró incontables
horas…hasta que se dio cuenta que un perro muerto de hambre se estaba acercando.
—Ya es hora de irme, dijo la Bolsa de Basura
impresionada por el perro escuálido y peludo. Como adentro todavía tenía clavos
oxidados, flores marchitas, pedazos de pollo, plásticos rotos, trapos
arruinados, hojas de libros, diarios viejos, pan duro, pilas gastadas, corchos
secos, tapitas dobladas, cáscaras de manzana, de papa, una caja de zapatos
vacía, un manuscrito de no se sabe qué escritor y algunas cosas más, que no
vale la pena describir por lo mugrientas que eran, la Bolsa de Basura se hizo
una valija con un pedazo de cuero y se marchó. Las primeras noches durmió en la
calle. No tenía nada para comer y ya le entraba el hambre como entra un
extraño. Era la primera vez que sentía su estómago Entonces se acercó a una
verdulería del barrio.
—Tengo mucha hambre, veo que tú tienes unas frutas
hermosas ¿Puedes convidarme un poco?
— ¿Convidarte?, gritó el verdulero furioso, tu eres
una bolsa podrida.
—Soy una vida señor, una vida que ha decidido vivir
por más deforme que parezca.
—Fuera de aquí, volvió a gritar el verdulero.
—Eres un imbécil que solo mira las apariencias de
las cosas. Fíjate adentro, mira. El verdulero se acercó despacio, clavó sus
ojos dentro de la bolsa y no pudo soportar lo que vio.
— ¿Has visto?
—Sí, dijo el verdulero, que salió corriendo del
susto al ver que esa bolsa era una mujer. La Bolsa de Basura comprendió que no
encontraría ayuda entre los hombres, y entonces acudió a otras bolsas para
saciar el hambre. Ninguna le respondía. No tienen oídos ni boca, pensó la Bolsa
de Basura. De pronto, una bolsa habló.
— ¿Qué buscas?, preguntó una bolsa que andaba
tirada.
—Comida…
— ¿Comida? ¿Comida has dicho?
—Sí, comida. Tengo hambre. Mi querida amiga, ya no
soy más la que fui. He querido vivir, nada más.
— ¿Cómo has hecho para vivir? ¿Quién te ha dado
pies y manos, brazos fuertes, ojos y cabeza, piernas y dedos? ¿Quién te ha dado
cabellos, uñas y esa boca? ¿Y cómo es que puedes sonreír así?
—Prefiero no decírtelo. Mira para adentro y verás
lo que yo he visto. Es tan simple hacerse una vida como hacerse un cuerpo.
— ¿Con solo mirar para adentro?, preguntó extrañada
la bolsa.
—Exactamente. Nada más. Ahora quiero que me des
algo de esos pedazos de comida que tienes adentro.
—Aquí tienes, busca adentro con tus manos… Y así
fue cómo la Bolsa de Basura pudo alimentarse. Después de un largo silencio, la
otra bolsa vio que también tenía algunas cosas adentro que le servían para
vivir y se hizo una vida. Se pusieron a caminar juntas por la
Con el lento paso del tiempo, en algunas las
esquinas de la ciudad, ya había bolsas de basura viviendo, y cada una se hacía
una vida con lo que tenía adentro y dormía donde podía: en las puertas de las
casas, debajo de los puentes y de las autopistas, en las entradas de los
negocios. Se iban haciendo sus casitas con lo que podían, de a poco, sin apuro.
Hubo bolsas de basura que tocaron el violín con violines sin cuerdas, otras que
escribieron libros con lápices sin punta, algunas que bailaron con discos rotos
y otras que comieron pan duro y tomates podridos, otras que tuvieron la suerte
de casarse con soldaditos abandonados y algunas que se hicieron relojeras con
relojes parados. También hubo bolsas de basura que ayudaron a las que tenían
hambre y otras que prestaban ropa a las que tenían frío. Así fue como algunas
Bolsas de Basura aprendieron a vivir. Con los años también morían. Pero había
otras que no querían vivir y se dejaban llevar lejos por los camiones de
basura. Caían unas encima de otras, quedaban apretadas sin poder moverse, y
entonces lo que tenían adentro se empezaba a enfermar. Gritaban de dolor, de
angustia, de arrepentimiento por haberse negado una vida. Pedían ayuda, pero ya
era tarde. ¿Qué hacían esas Bolsas enfermas y perdidas en medio de los
basurales?... No se sabe, pero algunos dicen que solamente les quedaba la
esperanza de llegar al cielo.
FIN
De
No se
sabe,
Mizrahi, Guido J. Edición del autor. Bs. As, Argentina - 2004
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